Wednesday, December 22, 2010

Bisaurín, en compañía. 20 dic

Julio y Champi, bajando de la cima del Bisaurín con el mar de nubes a nuestros pies


Bisaurín, en compañía…

Lunes 20 dic

Julio Benedé, Angel Jaén (Champi), Luisa Romerales, Jose Luis Gómez, David Latre y Jorge García-Dihinx

Este pasado lunes descendía con mis crampones de la cima del Bisaurín, junto con Champi y Julio Benedé. El sol estaba poniéndose en el horizonte sobre un mar de nubes debajo de nosotros. El momento era mágico.Y bajando, íbamos hablando de tantas cosas. De montaña, de la vida pasada, presente y futura. De experiencias personales, de amigos comunes, de montañas futuras y montañas pasadas. Disfrutábamos de las últimas luces del día desde un balcón de vistas infinitas. No teníamos prisa y bajábamos saboreando cada paso que dábamos. Cuánto aprende uno de Julio y de Champi, dos montañeros bien bregados.
Pero me he adelantado a mi historia. Eso a él no le habría gustado. Mi historia comienza mucho antes. En Puente la Reina.

Unas horas antes estamos sentados en el bar degustando el delicioso bizcocho que nos ha vuelto a preparar Blanca de las nieves. Aunque hoy no ha podido venir, es como si estuviera entre nosotros. Llegan Julio y Champi. Luego Luisa y Chelis y por último David Latre. Desayunamos sin prisas. Queremos que el sol funda la nieve de la SW del Bisaurín, tan dura tras estos días de frío y sin precipitaciones.

Salimos en 2 coches hacia Lizara. Allí, una nube local, orográfica de sur, cubre completamente el Bisaurín, como una boina. Salimos con cielo gris y poco relieve camino del Collado del Foratón. En el collado la hierba reemplaza a la nieve, que el viento se llevó a las vaguadas. Paramos a comer y a esperar “la ventana” de buen tiempo. Pero no todos pueden esperar. Algunos no deben volver demasiado tarde. Así, Luisa, Chelis y David tiran para arriba a pesar del cielo gris. Julio, Champi y yo descansamos un rato más mientras les vemos salir.
Poco después empezamos subiendo a pie por la hierba, luego con esquís y cuchillas por la nieve. Finalmente Julio decidirá dejar los esquís y subir sólo con los crampones y piolet. La pala arriba está como una piedra y bajar esquiando sería muy arriesgado, pues, como él dice: “siempre puede fallar el material”. Como buen grupo homogéneo, los tres hacemos lo mismo. Dejando los 3 pares de esquís clavados en la nieve. Nos movemos en esa nube que nos engulle y que nos da 20m de visibilidad. Cramponeamos y practicamos. Primero la técnica de “todas las puntas” y luego, enseñados por Julio, la técnica “de los tres pies”, apoyando el pie inferior plano sobre la nieve, con todas las puntas metidas y el pie de arriba con la puntera (supongo que el 3º pie es el piolet). Comprobamos Champi y yo que esta forma de subir no sólo es cómoda sino además muy segura.
Al rato nos cruzamos con Chelis, Luisa y David, que regresan. Se han dado la vuelta un poco antes de la cima, en la zona en que la nieve estaba más dura. Charlamos todos un rato y luego cada grupo sigue su rumbo.
Sin querer me voy separando de Julio y Champi, que van más tranquilos. Julio me espeta a volver con ellos y, salvo para hacer fotos, ir los tres juntos. Más seguro. Más solidario. Más mejor. Seguimos juntos. Unidos física y mentalmente. Grupo fuerte y seguro. Nos comunicamos continuamente. Charlamos. Siguiendo la técnica de Pulgarcito, Julio de vez en cuando va dejando algún mojón con piedras para buscar luego nuestras diagonales en el descenso.
Y, de repente, como ya vaticinaba Julio, salimos de la niebla y comprobamos que la cima sobresale de un mar de nubes que cubre la vertiente sur de los Pirineos. El cielo vuelve a estar azul. Increíble. Los últimos metros son de ensueño, con la alfombra de nubes a nuestros pies y la cima blanca y solitaria, como si llegáramos a un ochomil.
Solos en la cima. El Pirineo a nuestros pies, casi todo cubierto bajo un mar de nubes a 2.500m de altura. Aunque estamos al sol, sopla y hace frío. Bajamos de nuevo.
En el descenso inicial me quedo retrasado para fotografiar a esta pareja que, con el sol poniéndose en el horizonte y el mar de nubes a nuestros pies, crea la típica imagen romántica del alpinismo. Dos siluetas bajando de la cima con las luces de la tarde. Precioso. Mis dedos se hielan haciendo tantas fotos. No importa. Ya se calentarán. Conforme bajamos, el viento amaina y el frío desaparece. El mar de nubes baja con nosotros y nunca dejamos de ver el sol.
Tras muchas fotos, me reúno con ellos en el descenso. Julio aprovecha para enseñarnos a tallar escalones con el piolet. Recurso muy útil cuando se trata de cruzar un simple nevero pequeño y así no obligar al grupo entero a poner crampones. Ahorra paradas innecesarias. Ya lo dice Julio: en la montaña, la rapidez es seguridad. Pero ir rápido no consiste en correr, sino en no parar. Cuánta docencia hay por aquí...
Cuando volvemos a los esquís todo se ha despejado. Nos queda un rato de sunset skiing hasta el refugio, con las últimas luces del día. Buscamos la nieve acumulada polvo en las vaguadas. El restoe s nieve cristal. Mucho cuidado y avisando siempre al compañero de los cambios que nos vamos encontrando. Guiando el primero a los otros dos. Buscando juntos la buena traza. Con Julio, el sentimiento de grupo es una constante. Deberíamos actuar siempre así en montaña. Resulta mucho más solidario, seguro y gratificante. Somos uno y somos varios pero estamos unidos. Somos fuertes. Nos sentimos seguros al sentirnos acompañados. Bella forma de hacer montaña. En verano vamos así, pero con esquís muchos días nos separamos más de la cuenta y la fuerza del grupo unido desaparece. Voy aprendiendo y apunto lecciones.
Seguimos esquiando y apuramos la nieve hasta el mismo coche. Nos hacemos la última foto con flash, ya sin apenas luz. En Lizara seguiremos nuestras conversaciones de la vida, pasada, presente y futura, al lado de un buen plato y una jarra de cerveza.
La carretera hasta Puente la Reina es cómplice de nuestras charlas, que continúan y que me invitan a conducir tan despacio, sin prisas. Despedida en Puente La Reina. Cada uno cogerá su coche de vuelta al hogar. Y en el trayecto, cada uno vamos pensando en esta jornada vivida entre amigos. En las conversaciones tenidas. En los momentos de alpinismo vividos con esas luces tan místicas. Una suerte el poder disfrutar así de la montaña, por dentro y por fuera, sin mirar el reloj para volver. Nos bastó mirar el sol y bajar con él al refugio, siguiendo su ritmo. Sensación de bienestar de principio a fin, al lado de Julio y Champi. Gracias a los dos.
Jorge
Para ver el resto de las fotos, podéis pinchar aquí

El Bisaurín, al amanecer, visto desde la carretera que baja de Santa Bárbara a Puente la Reina

En el collado del Foratón

Luisa Romerales, con su inconfundible estilo de foqueo



Subimos inicialmente por hierba tras salir del collado del Foratón


Buena técnica de cramponaje de Champi, apoyando todas las puntas en la nieve






El grupo de Luisa, Chelis y David regresan de arriba


Subimos utilizando la técnica de los tres pies. Muy segura y cómoda


Salimos a la cima dejando abajo el mar de nubes. Ambiente solitario y místico a la llegada.



Solos en la cima del Bisaurín. Julio y Champi

Voy llegando a la cima. Esta foto me la sacó Champi


Autorretrato en la cima


Solos sobre el mar de nubes


Champi y Julio


Iniciamos el descenso


Bonita postal alpina


Los dos alpinistas silueteados con el mar de nubes al fondo y el sol en el horizonte...


Descendiendo hacia adelante apoyando todas las puntas








Vistas hacia el Valle de Tena, ya despejado de nubes al final del día


Conversaciones con el sol de la tarde


Sunset skiing...


Champi, siguiendo la huella de Julio


Siguen las conversaciones, con los tonos naranjas


Julio busca las zonas de acumulación de nieve polvo, evitando la nieve cristal


El Bisaurín por fin se ha despejado para despedir el día

Autorretrato llegando al coche, anocheciendo


Cerveza y merienda-cena en el Refugio de Lizara, donde seguíamos hablando sin parar.
Final de un gran día

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